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"Solo un reflejo en la carretera" |
Creo que es el título de un vallenato,
pero me lo robé porque me pareció adecuado para este canti-cuento que viene a
continuación.
Hay muchas personas que me creen
marciano, alienígena o simplemente descorazonado por todos los comentarios de
fina coquetería con los que endulzo a todo el mundo cuando se van por el camino
de la inconciencia momentánea que es el enamoramiento, pero no todo el tiempo
fue así, alguna vez fui también medio idiota y me dejé llevar por ese órgano
pendejo llamado corazón.
La historia comenzó en una ciudad llena
de lomas y descensos, en donde todo queda subiendo y bajando, como en un juego
mecánico citadino inventado por algún paisa borracho que decidió fundar esa
bella ciudad llamada Manizales (P.D.: nunca nadie, a ciencia cierta, me ha
contado el porqué de ese nombre). Ahí transcurrían pendejamente todos mis días
y mis noches sin que nada me sacara de mi apelotardamiento poderoso: vivía solo
como siempre había soñado, lejos del ojo vigilante y de la mano rauda de mi
madre y con todos los beneficios de ser universitario, léase, medio estudiar,
medio comer y medio beber, aunque debo aceptar que en esa época juvenil no
amaba tanto al dios Baco como ahora.
Pero en una tarde aciaga en la cual fui a
reparar un computador en casa de un amigo pude ver algo diferente en alguien
que vivía en dicho habitáculo, y de ahí señores todo es melosería para arriba y
melosería para abajo: qué haces, nos vemos, me acompañas, a qué horas sales, te
quiero, etc.
Y caí en los brazos del más estúpido de
todos los santos, en las garras del infeliz ese de San Valentín y ahí comenzó
todo el paseo de ese abismal sentimiento, como dice Ricardo Montaner: extraño
sentimiento, mi enamoramiento, desde cuándo existes tu… y no me acuerdo más
pues hace mucho que no escucho “La Cariñosa”.
Obviamente ires y venires nunca faltan en
esos tipos de relación: intrigas, peleas, celos envidias, sobrenombres
estúpidos pero tiernos, papas fritas y demás neceseres que se apuntan a esa
tragicomedia desde el momento en el que nace hasta el momento en el que se
derrumba todo.
Tocó volverse experto en descifrar caras,
gestos y posturas para así mantener una relación medianamente normal, además de
convertirse en experto en ese eslogan que decía “Vive Colombia, viaja por
ella”, porque como me tocó irme a estudiar a otra parte pues tocaba hacer un
recorrido hermoso por esas deliciosas vías terrestres del país del atraso vial.
Si he de ser muy sincero, asquerosamente
sincero, nunca fui infiel (por estúpido), pero más que por el simple hecho de
querer mucho o todas esas parafernalias que vienen a recitar los hombres castos
como yo, simplemente fue por pereza total; en primer lugar toca localizar a la
otra víctima, hacerle seguimiento sin que el ojo mordaz de tu novia se de
cuenta y, para ser sincero, soy medio lento para mentir… luego vienen las
mentiras frecuentes que adornan la infidelidad: me quedo en casa de un amigo,
se me descargó el celular, no sé quién llama y cuelga, estaba dormido, no me
entraba la señal, me fui a jugar bolos, etc. Ya en tercer lugar viene toda la
imaginación que hay que ponerle para sacarle el cuerpo a la una o a la otra, y
al final la terminada de una o de la otra o peor aún de las dos cuando todo el
castillo de naipes es tumbado por el viento.
Aunque tal vez, como dijo Charlie Harper
debí haberme conseguido otra para así tener un bote salvavidas cuando la marea
arrastre lo último de la relación, pero ahora ya no tiene sentido el
lamentarse.
Y así transcurrió todo con relativa
calma, yo componía mal y ella silbaba mal, pero aún así éramos felices, o al
menos yo vivía en un mundo de calmada felicidad que durante varios años me dio
para divertirme, reírme y pasarla bueno, para acompañar mi soledad con la
soledad de otra y así sentir un apoyo y un poco de ternura que tal vez había
faltado en mi vida… me dio para amar y ser querido.
Finalmente y sin dar minucias del asunto
todo terminó en alguna madrugada de domingo en la cual no entraré en detalles
porque yo si soy una persona decente, pero debo decir que simplemente me dejó
con la mejor lección de toda mi vida, que debo amarme a mí mismo sobre todas
las cosas y sobre las demás personas y que nunca olvidaré las buenas y las
malas experiencias que aprendí. El amor quedó tirado en el suelo, desnudo y
despedazado como la víctima de una violación, cortado y mutilado para la
conveniencia del asesino quien tirará desde la cajuela los restos inertes de lo
que antes era un cálido sentimiento.
No necesito mentir ni exagerar ni nada
por el estilo, no soy una perita en dulce ni tampoco el patas encarnado, soy
víctima y victimario de este cuento que me tocó escribir por muchos años, que
en su momento parecieron solo un simple parpadeo, así que solo diré que así fue
mi querer, que yo también tuve veinte años y un corazón vagabundo, como dice el
bambuco:
Yo también tuve 20 años
y un corazón vagabundo,
yo también tuve alegrías
y profundos desengaños.
Yo también tuve 20 años
que en mi vida florecieron
20 años que a mí llegaron
se fueron y no volvieron.
Tal vez algún día ese sentimiento vuelva a aparecer en el horizonte (evidentemente encarnado en otro ser), tal vez algún día yo deje de ser tan cínico, tal vez no sea otro fuego fatuo en el aire, pero que me pasó, me pasó... No soy tan extraterrestre...
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