Son las 6 de la tarde de un día como
cualquier otro, un día frío en el que asoma la tormenta vaticinada por el
viento que arrecia desde todas direcciones de la calle. En la acera está una
mujer que parece solo un añadido más del paisaje de la cuidad, atrás de ella está
el paradero que es utilizado para guarecerse someramente de la lluvia o del
frío y en otras contadas ocasiones para algún encuentro amoroso o de tipo
carnal.
La mujer es delgada y alta, de ojos
negros igual que sus cabellos, los cuales además son de un lacio hasta señorial
que hace juego con su traje ejecutivo de blazer y falda de color oscuro
también, rematando con unos zapatos de tacón no muy altos. Se ve rara y
esquiva, como recordando cosas pasadas, como extraviada entre sus pensamientos
del ayer y del mañana, como tratando de encontrar sentido a lo que pasa
diariamente en su cabeza.
Recuerda su infancia que, aunque humilde,
fue placentera en ciertos aspectos: el cariño de su madre, las escondidas con
sus hermanos, los peinados que le hacía su abuela venida del campo, las comidas
que, sin ser copiosas, llenaban su estómago con tal placer para el paladar que
siempre quedaron impregnadas en su memoria. Recuerda también los eventos
tristes de su pasado, como su padre esquivo y mujeriego que hacía sufrir a su
madre con sus deslices, los golpes que recibió por parte de éste y algunas
veces de sus compañeros, sus decepciones amorosas que la llevaron a entregarse
al primer individuo que le prometió amor eterno para luego hacerla aparecer en
el pueblo como una vagabunda más.
Porque ella viene de un pueblo, no
perdido pero si lejano de estas grandes moles de cemento y de gente
indiferente, viene de un lugar un poco más verde y menos gris, de una ciudad
pequeña en la cual los barrios y las manzanas todavía son forma de localización
precisa, donde es más fácil preguntar al tendero que buscar casa por casa. Una
pequeña población de tierra caliente que le daba para andar más ligera y con
menos atavíos que los que usa en esta ciudad llena de gente pretenciosa y
prejuiciosa con el migrante, que mira con malos ojos unas camisas de manga
corta o una falda de vuelo de colores, que prefiere la sobriedad y el supuesto
buen gusto antes que el color y la alegría.
Recuerda también cómo llegó, con un poco
de esfuerzo por parte de su madre quien siempre la alentó a salir de esa ciudad
y avanzar, que la motivó siempre a seguir estudiando para concretar sus sueños
y llegar hasta donde ella en su simple rol de madre de familia no pudo llegar.
Ve pasar todas las penurias que vivió mientras estudiaba, pero siempre con una
sonrisa a pesar de no tener algunas veces el dinero suficiente para estar a la
par de algunos de sus compañeros quienes por vivir en donde sus padres se
podían dar el lujo de malgastar algunos pesos en diversiones varias. Recuerda
sus pequeños romances que consiguió gracias a su bella sonrisa y su rostro
iluminado que deseaban conocer los hombres y que repudiaban muchas veces las
mujeres. Siente a veces el calor de unos besos y de abrazos que vivió en esos
tiempos con amores que llegaron y se fueron por la ventana de la tristeza que
ella juró siempre mantener cerrada.
Unas gotas empiezan a caer sobre la
capital, la tormenta es inminente y el viento arrecia fuertemente contra cada
cosa que encuentra, algunos corren presurosos a guarecerse mientras los perros
hacen lo mismo y las señales de tránsito parecen torcerse por la fuerza de la
ventisca y el agua que empieza a aparecer, pero ella sigue ahí inmóvil,
impávida ante las fuerzas de la naturaleza con su pelo alborotado por el
viento, sigue pasmada recordando todos los eventos que la llevaron ahí.
Ahora tiene en su mente los recuerdos de
la alegría de su grado universitario con el que presumía tanto su madre, las
lágrimas de ésta por primera vez se convertían de ser tristes o calladas a ser
de júbilo y orgullo al ver a su hija recibiéndose como toda una profesional,
las lágrimas de su madre le llenaban también de agua sus tristes ojos, sentir
esa pasión la hizo sentir más viva que nunca; no estuvo mucho tiempo buscando
trabajo, sus notas siempre fueron buenas y su belleza le abrió muchas puertas
llenas de hombres deseosos de aprovecharse de su posición para intercambiar un
puesto o un ascenso por cosas más carnales, a lo que ella siempre respondió con
sutiles negativas hasta que conoció a Mario, un hombre alto que también
empezaba en el mundo laboral dentro de otro departamento, pero que muy pronto
se fue ganando el corazón que ella había abandonado por un tiempo.
Así empezó la historia, llena como todas
las demás de risas y halagos, de regalos y flores, de amor y convicción y de
juramentos eternos, tan eternos y serios como el anillo que Mario le regaló al
año de estar saliendo en un elegante restaurante francés para pedirle que se
casara con ella. Ella no lo dudó ni un solo instante y entre lágrimas y
sollozos aceptó vivir el resto de sus días con quien era sin duda alguna el
amor de su vida.
La tormenta solo parece arreciar como los
pensamientos que se arremolinan en la cabeza de ella, de esta mujer que ahora
solo parece una sombra en medio de los vientos fuertes que vienen acompañados
con hojas que se han desprendido de los árboles, ella sigue ensimismada en sus
pensamientos sin importarle la inclemencia del clima.
Es tiempo para recordar cuán feliz fue al
principio de su matrimonio, la ilusión de contraer nupcias la llenaba de un
regocijo increíble, de una satisfacción y completitud que nadie podía
arrancarle de su pecho, ni siquiera aquellas arpías inclementes que se
arremolinaban a preguntarle de mala manera acerca de su compromiso con Mario y
de los posibles problemas que iba a acarrearle tal hombre del cual ya hablaban
mal desde que empezó a salir con ella… Ella siempre desestimó esas palabras mal
intencionadas con la fe puesta en su amor verdadero.
Los días parecieron eternos hasta que
llegó la anhelada boda, con regalos y suspiros, con danzas y bebidas, con
comida y amigos, con su madre a su lado y su padre presto para entregarla al
hombre que ella había escogido como marido y padre de sus futuros hijos; se
sintió flotar cuando dio ese ‘sí’ definitivo frente al sacerdote y ante Dios,
dando gracias a los cielos por haberle mandado tan valioso hombre en ese bello
esmoquin que ella misma había elegido para él. Ella, radiante con su blanco
velo ahora estaba completa, lista para asumir su nuevo rol de señora de su
señor.
Pero no todo es felicidad, la convivencia
solo fue demostrando que limar las asperezas que al principio no parecían
importar ahora parecía un imposible, sus mismas mañas heredadas de su madre y
el machismo cada vez más marcado de Mario fueron ensombreciendo poco a poco su
rostro, su mirada a veces ya se veía cansada y marchita, ¿se había equivocado
de príncipe azul? Tal vez no, tal vez era ella quien estaba echando a perder
tan valioso hombre que la había escogido por entre todas las cosas, ahora ya no
sabía qué pensar.
Raudamente el agua va cayendo
copiosamente como disparada por algún rifle en el cielo, la gente ya no se ve
en las aceras y las calles se están empezando a inundar como lo hacen los ojos
de ella, de esta mujer inmóvil como una roca a la que el viento no puede mover,
con toda ella empapada hasta los huesos y fría como la muerte misma sigue
rígida esperando algo que nunca va a llegar.
Ya solo quedan los recuerdos de esa
relación fallida que se deterioró aún más cuando ella, en un intento por salvar
su relación del abismo al que se aproximaba, descubrió que no podía concebir
hijos, las innumerables pastillas que tomó durante su vida ahora le pasaban una
cuenta de cobro con un simple ‘lo siento’ de los médicos que por años dijeron
que era lo mejor para su salud sexual. Los hijos que no iban a venir marcaron
la debacle de toda la relación, ahora su otrora hermoso esposo se había
dedicado, al igual que su padre, a la bebida y a lo que era claramente el
concubinato de otras mujeres que iban y volvían, que le enviaban mensajes que
él borraba creyendo que ella no los descubriría jamás, evadiendo llamadas o
enmascarándolas con nombres empresariales. Las ausencias de él se hacían cada
vez más pronunciadas y se veía claramente un dejo de violencia e ira en sus
ojos, un odio reprimido por esa mujer que lo ataba a una relación sin futuro.
Recuerda una tarde en la cual, llegando
él fuera de sus cabales por el alcohol, abusó de ella como si fuera un simple
trapo de la cocina, aquel momento cuando se rompió por fin ese cántaro de
mentiras y tristezas, ese momento preciso en el que ella dejó totalmente de
amarlo, cuando empezó a aborrecer a ese hombre que la había maltratado
psicológicamente durante varios años, aquel hombre que no era lo que ella había
pintado con crayones en su cabeza.
El torrencial aguacero parece un diluvio
universal, las alarmas de los carros se activan y parece que hubiera llegado el
fin para todos, mientras ella solo se aferra a sus últimos pensamientos, a sus
últimas confesiones para sí misma.
Ya solo le queda recordar aquella mañana
en la que ella, consumida por la rabia y el desespero de vivir con un hombre
que no amaba y que la había transgredido de maneras indecibles e indelebles,
simplemente vio como dormía profundamente, su sola respiración le parecía
insoportable, su presencia la fastidiaba infinitamente… el último recuerdo que
queda ahora es el de la sangre que brotaba del cuello ahora cercenado de quien
antes fue su amor, el recuerdo ligero de su mano tomando el cuchillo más grande
de su elegante cocina, aquel que había puesto en su lista de regalos muchos
años antes, blandiéndolo contra ese horrible ser que estaba en su lecho,
recuerda los gritos ahogados en sangre de su ex amante cuando la miraba con
ojos de terror al sentir el acero que le había cortado, el terror que luego fue
aún más grande viendo como ella descargaba toda su violencia y frustración
contra su pecho infligiéndole puñaladas en sus brazos con los que él trataba de defenderse.
Fueron 30 o más cortes que le hizo a ese
cuerpo que antes adoraba, no podía estar segura, solo la sangre que pintó todo
el cuarto y la cama eran testigos de tal carnicería que ella cometió en esa
mañana. Ahora ya nada quedaba de él, ni su olor, ni su respiración, nada.
Finalmente ella se arregló como lo hacía
todos los días para ir a su trabajo, se maquilló como las niñas emperifolladas
a las que siempre buscó agradar en su oficina y se dispuso a ir a coger el bus
al paradero más cercano, no iba a tomar el auto del cuerpo sin vida que antes
era su marido para ir al trabajo, además, su mente estaba en otra parte, lejos
y perdida sin saber qué hacer.
Los carros pasan presurosos y mojan a
todo aquel que se interponga, es una tormenta enorme que suelta rayos y hace
bramar hasta al mismo piso, al fin viene lo que ella estaba esperando por todo
este tiempo, un camión a alta velocidad que acabaría con su sufrimiento y la
libraría de la pesada carga que ahora oprimía su pecho.
Como es lógico, de ella solo quedó su
cadáver destrozado por el enorme camión, solo quedó su bolso desparramado sobre
la calle mientras llegan los servicios médicos, ahora Andrea por fin había
encontrado lo que estaba buscando desde que su vida tomó tales giros
inesperados: la muerte.
Una historia triste.
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