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"La foto la tomé 'prestada' de un amigo" |
En mi vida he recorrido muchos lugares de la geografía
colombiana, he paseado por Colombia desde el sur del país, desde la frontera
con el Ecuador hasta el triunvirato de poblaciones costeras del atlántico. Mea
culpa por los lugares que no he conocido por desidia o por pereza, o por haber
andado de comprometido.
Descubrí mucho del paisaje de ese país del Sagrado Corazón
de Jesús y del sangrante corazón de Uribe: las montañas inexpugnables del Cauca
que hacen del pasear por su territorio tortuosa labor, las montañas de arrieros
del viejo Caldas, las planicies de mi tierra bonita, mi tierra preciosa mi
Valle del Cauca, el Valle de Lilí dominando el plan (léase ay mi Cali), la
ciudad sorpresa llena de asaderos que se llaman Pollo Sorpresa, o sea San Juan
de Pasto y hasta la Bogotá positiva abundante en falsos positivos y casas de
lenocinio.
Claro que me faltan lugares para describir, como todos los
pueblitos que conoce uno en sus viajes por tierra que son de tiempo indefinido
ya que siempre hay un derrumbe, protesta o pesca milagrosa que lo sorprende a
uno cuando vive Colombia y viaja por ella; me falta evidentemente Medellín, esa
bella ciudad adornada de mujeres aún más hermosas y las capitales de la costa,
Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, que son tres perlas que brotaron en la
arena, que son un muy buen “paseadero” para los cachacos con medias y
sandalias.
Pero no puedo olvidar a un lugar en el que pasé mucho tiempo
de mi vida y que me marcó para siempre en mis relaciones y en mis convivencias,
y no hablo del alto de Letras en el cual uno siempre se quedaba atascado por
algún robo o derrumbe, no señor! Hablo obviamente de la ciudad de las puertas
abiertas, de la educada Manizales del Alma.
Creo en tus montañas y en sus laderas, gente que traspasa y
rompe barreras, en tu juventud de horizontes sin límites, creo en tu presente y
en tu pasado, creo en el futuro de tus encantos, en la magia de un pueblo que
cree en el amor, creo en ti, gente que respeta la paz, creo en ti, tierra donde
el sol brilla más, creo en ti, mi Manizales del Alma.
Ah, es que como olvidar a esa tierra donde todo queda a 4
cuadras de la casa, dos subiendo y dos bajando, esa tierra que me recibió hace
muchos años con los Productos San Francisco, en los cuales encontraba el sabor
del auténtico trigo, porque San Francisco te prepara un exquisito pan, con
excelente presentación e higiene al empacar, San Francisco, el deleite familiar
(sí todos los días me levantaban con esa bendita cuña!).
Claro que esas dos cuñas siempre tenían algunas triquiñuelas
bajo la manga, por ejemplo que Manizales tiene nube propia y por eso nunca pude
comprobar a ver si era la tierra donde el sol brilla más, o que la presentación
de los productos San Francisco no tenían mucha higiene al desempacar.
Pero es así, extraño a ese lugar que me enseñó mucho de lo
que sé hoy, como que no hay que pasar por los pocos puentes peatonales así sea
de día, que es mejor estar en el “tontódromo” que en la casa, que la vida
estudiantil es de lo más sabrosa y que uno siempre llega a buscar a los mismos
con las mismas en todas partes. También aprendí que El Cable puede ser un punto totalmente válido de referencia para ubicar cualquier lugar de la ciudad ("usted ve el Cable? Por ahí no queda la Sultana).
Extraño también a mis amigos, a los pocos verdaderos amigos
que tuve en esa ciudad, amigos que alcanzo a contar con una sola mano pero que
me dieron la mano en todo momento en el que lo necesité… obvio que de gente
chismosa y mal intencionada está llena el mundo y esta ciudad no es la
excepción, pero cuando me fui y cada vez que lo recuerdo ya no queda nada de
esas memorias, simplemente lo bueno permanece.
Y también acá debo reconocerlo a viva voz, que esa fue la
ciudad donde conocí el amor, ese amor de mi vida que siempre será una herida
abierta, que fue un amor a primera vista y sin delaciones, sin dudas ni
despropósitos, un amor verdadero que ofrecí sin restricciones y que hasta ahora
no he podido sanar de mi corazón, ese amor que solo se consigue una vez y que
deja un hondo vacío cuando su ausencia es lo único que nos queda, cuando el
abandono es la única reminiscencia de ese otrora floreciente sentimiento… Es
que es una verdad ineludible que el amor que profesé por 101 Perros (guau guau,
el perro más perro de la ciudad) y por sus hamburguesas que vendían en la 51
nunca podrá ser reemplazado, su sabor era único y mi fidelidad era
inconmensurable… Ah, como extraño esas hamburguesas tradicionales y paisas que
tanto me fascinaban.
De hecho, muchos de mis amigos de Manizales siempre que me
encuentran, así sea por vía electrónica, me recuerdan por ese amor
incondicional a ese lugarejo de comida rápida que saciaba mi apetito voraz y me
pereza por cocinar.
Pero también me hace falta algo más en mi vida que conocí en
esas faldas manizaleñas, como los almuerzos en puerto mugre (alias Residencias
Gabriel Soto Bayona), en las cuales por devaluados dos mil pesos y un guiño a
la señora que atendía uno se llevaba el almuerzo completo y hasta con chorizo
suplementario.
Me faltan sus calentados y su pasión por el chocolate al
desayuno (paradójico al ser una zona tan cafetera), sus arepas de tantos
estilos, sus bandejas paisas de proporciones bíblicas como las que vendían en
el restaurante “El Paisa” que quedaba al frente del antiguo terminal de
transportes, me falta llegar en avión al aeropuerto y tener que hacer una
aproximación dantesca para esquivar el morro de San Cancio y poder escuchar al
piloto diciendo “a su derecha podrán observar el cementerio de la ciudad donde
aterrizaremos si esta niebla no se disipa” o la sinuosa vía llamada Kevin
Ángel.
No puedo tampoco olvidar a sus buseteros suicidas bajando a
toda velocidad por las pendientes de Fátima al son de Tropicana Estéreo y
escuchando con toda fiereza los vallenatos de sucia envergadura como “El Osito
Dormilón” u otras perlas sacadas de los chiches o los pechiches vallenatos.
Bajar a la Francia era otra experiencia así como lo era subir a comer helado a Chipre
o acompañar hasta la Carola o hasta Aranjuez a algunos amigos.
Me dicen que ahora anda más arreglada que nunca, más esbelta
que siempre con nuevas obras de infraestructura que desconozco, ya que por
limitaciones de toda índole, no he vuelto en muchos años a ver qué ha pasado
con esa ciudad que me ofreció lo mejor para formarme, sobre todo en civismo y
en arepas.
Ah, y formarme en Música para soñar despiertos por Veracruz
Internacional, solo éxitos, con sus dedicatorias un poco salidas de contexto pero
que siempre divertían. También debo decir que cumplió una hercúlea labor para
mostrarme ese saber milenario que reza que la coca no solo es la droga que se
consume de forma alarmante en esta Norteamérica, sino el recipiente donde se
pone el agua u otro líquido… o que me enseñó también ese saber de qué es parva
cuando uno va a la tienda a comprarla.
Ay mi Manizales del Alma!
P.D.: Otra cosa que espero remediar más temprano que tarde
es que nunca pude estar en una feria de esa ciudad… porque aunque desapruebo
por completo la lidia de toros que es el punto central de la reunión de la
ciudad en Enero, hay que conocer lo que sus toldos y toldillos tienen para
ofrecer en esos días de furrusca.
P.D.2.: También extraño a esa parranda de mechudos que se
instalaban en la gotera a oler todas sus deliciosas yerbas, a esos personajes
que no hacían más que alegrarse con toda mata a su paso… ah, y además extraño a
ese montón de vagos sin oficio ni
beneficio que se la pasaban haciendo mítines y pendejadas revolucionarias para
no estudiar y andar haciendo canelazos con los primíparos, sobre todo a ese “vagazo”
que le llamaban Fulanito, que hasta representante de la Nacional fue y después,
como 10 años después, lo encontraron en la Universidad de Caldas estudiando no sé
qué carajos… qué será de la vida de ese redondeado e inútil personaje?
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