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"Si me llego a morir, no le cuentes a ella..." |
Ahora que estamos en este nuevo año,
todos empezamos nuevas promesas que difícilmente cumpliremos, ya sea por
pereza, por monotonía o porque simplemente no se nos da la gana: voy a bajar de
peso, voy a estudiar, voy a portarme bien, no voy a tomar más alcohol, voy a
dejar de fumar, no voy a ser infiel, voy a ser mejor con mi pareja, voy a
viajar más, etc. La lista es tan larga como personas en este mundo y las risas
son tan grandes al final del año que no dan abasto nuestros rostros para soltar
las carcajadas.
La más linda de todas es la de bajar de
peso, que empieza claramente con comer más sano y hacer más ejercicio que jugar
con el Nintendo Wii, pero esa es una de las promesas que primero se rompen: es
muy cansado andar privándose de los placeres de la comida y de la cama, del
control remoto y de las frituras. También viene seguido por el de no fumar más,
que millones de personas rezan a principio de año… no es para nadie un secreto
que esa empresa siempre fracasa casi en el acto; no se puede ya vivir una vida
plena sin chupar ese taco de nicotina y de su subsiguiente escupitajo de flemas
cual camionero con gripa en la acera de enfrente.
Pero como yo tampoco estoy exento de
hacer promesas inverosímiles como las que ya me han hecho a mí, pues también
quiero cambiar, quiero ser una mejor persona (creo que es difícil pero posible)
y mejorar muchos hábitos que tengo, aunque al final del año solo sobreviva una
u otra buena intención.
Bajar de peso ya no es un problema, sí,
tengo que hacer ciertos movimientos de cadera para arreglar algunos aspectos
anatómicos, pero puedo decir que todo va viento en popa desde hace algún tiempo
que me libré del peso muerto; lo de no fumar es bastante fácil ya que nunca me
ha gustado ese placer de la nicotina y lo de ser fiel pues hombre, eso va por
añadidura, ya que yo sí soy gente decente (o al menos me lo creo).
Solo hay un aspecto que me preocupa: este
año chino de la serpiente (como la que engañó a Eva) quiero ser un poco más
ordenado en todas mis cosas, en especial con mi habitáculo y su limpieza.
Siempre le he tenido una pereza infinita
a hacer aseo, a estar guardando, colgando y doblando ropa, a estar barriendo y
trapeando cada semana para que no se acumule ni una pizca mugre… por ello,
cuando vivía en un país supremamente desigual como lo es Colombia tenía una
señora que me ayudaba con esas labores propias del hogar, y aunque ella no era
una maravilla, limpiaba “por donde ve la suegra” y hacía un aseo que me
mantenía en la ilusión de la limpieza. Ella era feliz que no la controlara
(como quieren hacer todas las mujeres con las empleadas) y yo era feliz porque
mi apartamento parecía limpio.
Pero ahora es mucho más complicado; los
sueldos que deben pagárseles a las personas encargadas del aseo superan con
creces mi capacidad de pago (maldito país igualitario) y por ello soy yo el
único responsable de esa cansada tarea.
Como siempre, en los primeros días uno
tiene los ánimos de lujo para hacer cualquier cosa: lavar, planchar, barrer,
cocinar, trapear, desempolvar, lavar baños y bañera (grrr), pero luego la
motivación va cayendo como la pirámide de Interbolsa o la de Herbalife.
Salen siempre excusas como “lo hago
mañana”, “no está tan sucio”, “esa olla la voy a volver a utilizar”, y surge
nuevamente el mismo patrón de uso común: no hacer el oficio en la casa.
Y cuando pensé que todo estaba perdido,
que todo era inútil y que caería irremediablemente al abismo de la perdición al
que estoy habituado, un ángel (me imagino que el ángel del aseo) bajó para
iluminarme y llevarme al buen camino de la limpieza, del oficio y de la
motivación para hacer los menesteres en la casa: mi ángel “vallenatero”.
Gracias señor misericordioso que lo
enviaste como por entre un tubo a que me mostrara las delicias de es mundo
venido de la costa, de esa música que llena los sentidos de pasiones encontradas:
las de cantar y las de hacer aseo. Antes era un ignorante debo admitir, que
creía que el vallenato solo era un tipo de música estridente y altamente
chillona, irritante y sin sentido que se producía al encerrar a un gato en una
caja con cuchillas internas para que una vez que el “músico” comprima la caja,
el felino sea apuñalado en repetidas ocasiones para que emita sonidos
subnormales.
Pero ahora me he iluminado, soy más sabio
y más tolerante (como la zona de tolerancia de Santa Fe) y me doy cuenta de que
estaba equivocado, que ese género musical, que vio su renacer con Carlos Vives,
es más útil que nunca frente a mis necesidades de aseo, me permite concentrarme
en lavar platos y hacer oficio, en cocinar y en lavar baños a profundidad;
porque una vez empieza a sonar un “Silvestrazo” bailable o un “Peterazo”
musical la cosa se pone buena, uno se empieza a mover al sonido de la caja de
Pandora que llaman acordeón y el oficio le rinde.
Nada mejor que estar lavando un plato al
estilo de los Chiches Vallenatos, entonando sus melodiosas voces y líricas
venidas de la más ancestral inteligencia del Valle; nada mejor que destapar un
inodoro asesino al sonsonete de Los Hermanos Zuleta o de Jorge Oñate… cómo no
querer estar cocinando, cortando cebollas y lanzando manteca a una sartén
escuchando a ese chicharrón envuelto en papel brillante apodado Diomedes Díaz,
y la lista puede continuar cuan larga es la cadena de éxitos de Olímpica Estéreo
(que se metió).
Es que hacer labores sin cerebro es muy
difícil algunas veces, pero cuando necesitas despojarte de todo aquello que te
hace ser humano para solo realizar oficios repetitivos y meramente manuales,
debes abandonar el poder del cerebro evolucionado y solo remitirte a la parte
más antigua del cerebro reptiliano que tenemos, y nada mejor para apagar tu
lado pensante que estar escuchando “Y que se le moja la canoa” o el mejor
exponente de todos los del género que domina las calles en busetas, tiendas de
barrios y minitecas pobres: El Osito Dormilón, del Trinomio Cuadrado Perfecto:
Un osito dormilón le regalé!
y un besito al despedirse ella me dio
ese fue el día en que yo más me enamoré
pero ahora mi alegría se acabó...
Por ello, me retracto públicamente por
todo lo que he aseverado contra ese hermoso ritmo musical que le llaman
vallenato… Nada como hacer oficio en la casa al compás de todos esos
portentosos cantantes que hacen las delicias de tantas personas en busetas,
bares, tiendas de barrio y cocinas; ahora entiendo porque las
"quecas" escuchan eso, ayuda a concentrarse en la manteca.
Gracias a Olímpica Estéreo y a la
Vallenata por hacerme parte de la cultura del aseo!
Cómo no creer uno en la divinidad después
de escuchar esa música aletargante de chofer de bus, empleada del servicio, de
trabajadora sexual de la Caracas, como no dedicarte a hacer aseo con el cerebro
en vacaciones pagadas y muerte súbita?
"Esto no lo ataja nadie, dios
benditooooo…."
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