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Sé que
esa es una frase de mi tan querido cantante y musicólogo “Victor Manuelle”, pero
quería empezar esta mini entrada con algo cursi, digno de un amor sin barreras,
de un amor que, a pesar de las distancias, no se eclipsa como cualquier otro
que salga de las fauces de cualquier pelafustana que suelte esa frase para
acallar un “te quiero” semi afectivo.
Yo soy
muy bueno haciendo alharaca y pintando con palabras una frase que puede ser
dicha de forma clara y concisa, pero ahora no quiero utilizar toda esa
parafernalia esotérica sino hablar directo y de frente (aunque creo que después
de todo este “condimento” ya es demasiado tarde.
Porque
después de hablar tanto y después de tantos golpes que me ha dado la vida, solo
he demostrado a ciencia cierta que la única mujer que merece mi amor
incondicional y todo lo que yo trabaje (todo es para ti) es mi santa madre.
Ella es
la única merecedora del título aquel de la reina de mi hogar, ya que ella, a
pesar de algunos quebrantos de salud, de algunos altibajos en su vida y de su
fuerte aunque callado temperamento, ha sido la única que ha estado ahí siempre,
sin importar cuan estúpido sea el dolor que tengo o qué tan profunda sea la
herida que me hayan infringido, ella siempre ha estado presente así sea en muda
agonía apoyándome y guareciéndome en la medida en que yo se lo he permitido,
porque muchas veces la ayuda no ha llegado a mí solo por mi exceso de confianza
y de terquedad. Además debo añadir que ese amor que me ha profesado nunca ha estado
ligado con el exceso de éste, en el hecho de malcriarme o algo parecido, pues
cuando las situaciones lo ameritaban no faltaba un merecido regaño o reprimenda
para así tratar de educarme de la mejor manera posible.
A ella
le debo mi pasión por escribir y la búsqueda incansable del conocimiento y de
la perfección en el ámbito literario; fue ella la que me llevó a aprender
gramática y ortografía, cosas tan escasas en estos días llenos de emoticones y
abreviaciones electrónicas. Le debo la paciencia y el poquísimo sentido del
orden que tengo, además del sentido del deber y del hacer lo que se deba hacer
en el momento preciso.
Sé que
uno cuando es niño o incluso adolescente (a veces hasta adulto) guarda muchos
recelos con sus padres, por algún regaño o castigo, pero luego se va dando
cuenta de que muchos fueron para bien y que otros, tal vez fuera de contexto,
fueron por el simple hecho de que también son seres humanos a los que se les ha
impuesto la titánica y mal pagada tarea de ser el ejemplo a seguir de los
hijos.
Porque
aunque he sido un mal hijo en muchos sentidos (en otros un pésimo hijo), ella
nunca me ha negado nada, absolutamente nada: su tiempo, sus manos y su calor.
Ella puede tener muchos defectos, tal vez algunos ya de tipo temporal o de
edad, pero nadie ha hecho nada por mí de manera tan desinteresada como ella; yo
sé muy en el fondo que mi vida hubiese sido aún mucho más fácil si la hubiera
incluido siempre en mis planes y hubiese seguido sus consejos.
Pero es
absurdo llorar por la leche derramada y hablar del pasado, simplemente quería
reconocerle en vida toda su obra, desearle que ojalá estuviera conmigo y que
algún día espero poder devolverle al menos una parte de todo lo que ella me ha
ofrecido sin nada a cambio, sin necesidad de que sea un gran hombre o ni
siquiera que tenga dinero o posición social, nunca me ha pedido lo imposible y
solo ha estado como un ángel ahí, desde la distancia a la que me condené hace
mucho tiempo, cuidando cada paso que doy, sufriendo cada desaventura en la que
caigo y siempre esperando lo mejor para mí.
No voy
a escribir frases trilladas como “ella es la mejor del mundo”, porque no sé
dónde se inscribe a la madre para ese concurso, simplemente digo que ella es lo
más importante de mi vida, que ella es quien tiene el derecho de recibir mi
único amor incondicional. Sé que nunca encontraré alguien que iguale su amor
hacia mí, solo ella es la elegida de mi corazón, su recuerdo es lo único
profundo en mi superfluo y banal corazón.
Este
leve y liviano escrito es lo mejor que puedo ofrecerle desde la distancia, y
creo que es mucho más diciente y sentido que un almuerzo en algún restaurante o
mencionarla en Facebook sabiendo que solo se presta para ponerle atención por
solo un momento a este preciado ser.
Espero
con ansias volverme a encontrar con ella para así agradecerle de la única
manera que conozco: con un cálido abrazo y con el reconocimiento de ser la
mujer que amo.
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