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"Después de la explosión vino la liberación" |
La tecnología encuentra cada día una nueva forma de
sorprendernos; los “gadgets” que sacan al mercado las compañías de Silicon
Valley (no me refiero al Valle del Cauca ni a sus "ensiliconadas" damiselas, sino a ese lugar en Estados Unidos)
son cada vez más impresionantes, con mejores funciones y con aplicaciones
increíbles. Hay cámaras fotográficas o de video cada vez más avanzadas, con
funciones de zoom o con simuladores de lentes o lentillas; G.P.S. que hacen
cada día más fácil el trabajo de miles de ingenieros en el mundo; computadores
blancos y negros, con manzanas o sin ellas que tienen una tecnología que no
escribiré acá porque sé que es largo y a muchos no les interesa; celulares de
gama alta que nos dejan con la boca abierta con cada aplicación que reproducen,
con sus excelentes fotos o con su sonido estereofónico; teléfonos inteligentes,
con cámaras, gps, navegadores, altímetros, multímetros, metros, etc, teléfonos
incluso más inteligentes que las personas mismas (nota: lo digo por experiencia,
mi celular se ubica mejor que yo en esta ciudad).
Pero me referiré en esta mañana fría (maldición, apagaron la
calefacción en el edificio y me siento como en el tercer mundo: con frío) a uno
de los mencionados artilugios que en días recientes sufrió un percance para
desgracia del escribano de esta historia.
Por ahí dicen que las desgracias son tan cobardes que nunca
llegan solas, y ese proverbio lo pude comprobar con las desventuras acaecidas
en aquel día lúgubre y gris de finales de invierno; no voy a cansarlos contando
toda la serie de eventos desafortunados de ese momento trágico de mi vida en
donde casi termino mutilándome (no es chiste), sino que voy a referirme al
bendito aparatejo este en el cual escribo y someramente me des aburro a diario:
Mi computador portátil (o laptop para otros).
Este negro divino (y dale con lo de negro) me ha acompañado
y servido juiciosamente durante algún tiempo; tiene buenas características,
entre ellas una excelente tarjeta de video (que hace que se caliente como el
infierno de Dante) y un procesador bastante decente, porque en esa materia,
desafortunadamente, nunca se puede estar a la vanguardia: cada día,
literalmente, sacan nuevos chips que lo dejan a uno siempre a un paso atrás de
la evolución tecnológica. Sus 17 pulgadas (si, éste es más largo) me sirven no
solo para dibujar y hacer una que otra payasada en Photoshop (o fotochot como
alguien alguna vez escribió, no voy a decir nombres) o en Illustrator, sino ver
videítos pendejos en YouTube o jugar algún MWF que me saque de mi rutina para
así poder matar gente, el menos de manera virtual. Me permite también escribir
las pelotudeces que me caracterizan, no solo en mi blog sino en Facebook,
Twitter o en TimeMachine (ya veo a muchos buscando qué es eso en Google).
Pero así como me ha proporcionado alegrías y
entretenimiento, también me ha generado dolores de cabeza inconmensurables: su
vicio por apagarse debido a la temperatura, el vicio de Windows por bloquearse
cuando uno está navegando o jugando o la gana de no guardar una partida o un
documento. También lo maldigo con toda mi alma cuando le da por gritar a una
desafortunada hora y a todo pulmón (es una expresión, les aclaro a algunos que
el computador no tiene pulmones aunque se lo oiga soplar) “la base de datos de
virus ha sido actualizada”.
No contento con esas pequeñas molestias, de un tiempo para
acá comenzó a “congelarse” (si, a pesar del calor, qué ironía); a morir en las
tareas más sencillas, empezó a quejarse de una manera que no entendía, de una
forma inexplicable ya que siempre trato de tratarlo bien y tenerlo actualizado,
hasta donde la base de datos de virus me lo permita debo aclararlo.
Pero bueno, el día en cuestión, evidentemente después de
muchos insucesos que van desde lo físico hasta lo moral que me sucedieron,
llegué a mi casa a escribir alguna babosada (como siempre lo hago, tengo hojas
y hojas de interminables textos, muchos de ellos sin sentido) y cuando a la
hora negra, a esa hora en que Satanás sale a pasear por las calles y meterse en
los computadores, ya sea por medio de virus o por RedTube (ese también lo
conocen cierto?), el bendito disco duro, el depositario de todas mis
pertenencias electrónicas y de recuerdos de lo que siempre olvido o trato de
olvidar, se negó a girar más, se negó a seguir funcionando.
Como todos lo sabemos, cuando un computador se para no hay
más remedio que esperar, que rezar a todos los santos conocidos, encender velas
a San Benito o a San Antonio (no sé muy bien de santos, que disculpen) y
armarnos de paciencia hasta que esas indescifrables líneas de código se
restablezcan dentro del ordenador y nos permitan continuar con nuestro trabajo
o con nuestro desocupe programático. Pero en esta hora oscura y callada, a esos
momentos de espera se le sumaron los sonidos extraños de un computador que me
estaba mentando la madre en binario… Y así, como cualquier otro usuario no tuve
más remedio que reiniciar la bendita máquina.
Y ahí empezó Cristo a padecer, a subir al calvario… o más
bien a clavarlo en el calvario de un calvazo, porque empezó el disco duro a
sonar cual maraca cumbanchera y a negarse a arrancar… Joder, hablando de
arrancar me quería arrancar todo, desde la ropa hasta los pelos del cuerpo al
saber que no había más que hacer que resignarse a haber perdido todo lo que
estaba en forma digital en mi laptop.
Y como dice Bon Jovi “lloré y lloré y juré que no iba a
perderte”, traté y traté de arrancar el pc tantas veces oh! Pero mis lágrimas
fueron en vano, y al final yo lo amé demasiado, como yo, como yo, nadie lo ha tratado;
utilicé mis pocas herramientas y mis malogrados conocimientos ingenieriles para
lograr al menos recuperar algo de mis fotos o de mis escritos, pero todo fue
inútil, simplemente era un daño físico, un error en la matriz que me impedía
totalmente acceder al dichoso aparato.
Fue todo, no había vuelta atrás; el depósito de mis memorias
había fenecido, su hora aciaga le había llegado. Además de maldecir y gritar
contra la almohada, no tuve más que hacer, simplemente toda la información se
había perdido. Solo me quedó mi grito mudo en mi cama y en mi cuenta de
Facebook para tratar de hacer un poco de catarsis sobre esta muerte dolorosa y
fugaz que me arrebataba mis documentos personales.
Debí arrancar de cero, conseguir otro disco duro y empezar a
instalar y a cargar y a copiar archivos que encontré por aquí y por allá, pero
en verdad lo perdí todo, al menos lo importante; claro que puedo volver a
descargar programas y juegos (pero no digan nada para que no se entere don
Vargas Lleras porque me manda a la cárcel) e instalarlos nuevamente; claro que
mis cuentas virtuales seguirán andando, eso es obvio; pero todos mis documentos
se han perdido para siempre. Conservo algunos en uno que otro C.D., otros en
alguna USB, unos más en SkyDrive, pero lo verdaderamente importante se había
ido. Obvio que debí haber sacado copias, obvio que debí hacer respaldos de
todo, pero eso es llorar sobre la leche derramada. Como se dice en mi casa: “Si
mi tío tuviera tetas sería mi tía”, pero eso no pasó.
Se perdieron mis textos que con tanta pasión boba había
escrito, que tanto tiempo me habían costado; se perdió mi música que tanto
tiempo me costó recopilarla; y más aún, se perdieron todas mis fotos… y ahí si
hay mucho, pero mucho dolor: dolor por no tener más mis fotos de amigos, amigas
y más amigas que se fueron al tacho (las fotos) y se perdieron para siempre;
fotos de cámaras, celulares y una que otra de Skype (bendito seas).
Muchas de esas fotos que se fueron para siempre me costaron
mucho esfuerzo, me llenaban de alegrías y risas cada vez que recordaba
algún momento, lugar o situación, algún paseo, viajes, salidas, personas hiladas y tejidas en mi vida cotidiana y muchas más cosas por el estilo; me daba risa al observar los descuidos de
aquellas mujeres que, al tratar de reír o hacer alguna pose, salían de una
manera graciosa en la consabida foto. Recordaba incluso con carcajadas algunos
de esos momentos o de esas personas que tuve en mi poder, al menos de manera
digital; ahora se han ido para siempre…
Aunque debo admitir que me duele haber perdido tan apreciado
tesoro, también debo aclarar que también me sentí un poco regocijado por la
pérdida de otras fotos, de otros textos o recuerdos, cosas que en su momento me
hicieron reír pero ahora solo traían a mi efemérides dolorosas; y por ello debo
ceñirme a la sabiduría popular que reza que todo tiene una razón, que hay que
ver el vaso medio lleno y que “Dios sabe cómo hace sus cosas”, que no hay mal
que por bien no venga.
Por eso ahora aplaudo por este reiniciar, por este renacer
espiritualmente virtual en el que hago presencia, prefiero agradecer al
infortunio por obligarme a continuar y a salir de cosas que no hacían más que
frenarme o entristecerme, por mandar al demonio todas mis memorias y hacerme
volver a empezar con nuevas y frescas memorias. Agradezco a ese cambio de
voltaje o a esa magia vudú, a ese virus o a ese entierro que me hicieron, por
permitir que mi información quede “en átomos volando” para salir adelante con
nuevas babosadas y para continuar con mi ritmo!
Por eso, mi disco duro hizo como Ricaurte en la armería: Deber
antes que vida, con sangre lo escribió (recuerde, esa es una de las estrofas del Himno Nacional).
P.D.: TimeMachine mi despistado amigo no es un aparato de
Apple para guardar archivos… no lo busque más que no es una red social ni nada
parecido.
P.D.2: Al saber que perdí todas mis fotos no puedo más que
decir que se siente tristeza pendeja por ese motivo, pero un regocijo infinito por esta sensación de
frescura, parece que me hubiera lavado la cabeza con Kolynos: “Aliento fresco
con Kolynos”! Por cierto, aún existe Kolynos?
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