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"Gracias por Iluminarme" |
Los días pasan, a veces rápidamente, a veces con un letargo
infinito; para estos últimos y frente al inevitable cierre de muchas páginas
dedicadas a el entretenimiento gratuito como Cuevana, he estado descargando y
viendo películas de toda índole: comedia, drama y acción. Debo aclarar que me
gusta el buen cine como Quo Vadis (permita Dios mi venganza, le pediré que
vivas hasta que regrese) o las producciones de Francis Ford Coppola y sus
adaptaciones la novela del ítalo-americano Mario Puzo, pero a veces sucumbo
ante el talento sin igual de algún Adam Sandler o un Ben Stiller. Fue en esa
búsqueda interminable de películas que encontré un clásico de sábado por la
tarde, de arrunche pre-matrimonial, uno que me dejó sin aliento, evidentemente
no por su excelente guión sino por la verdad oculta que posee y que de alguna
manera se me hizo descaradamente familiar.
Hablo de la deliciosa cinta que para el público latino se
traduce como “El Demoledor” (Demolition Man), que es protagonizada por el
guapetón Silvester Stallone, la comiquísima Sandra Bulock y por el extraño
Wesley Snipes (claro, el villano violento y salvaje tenía que ser
afroamericano). Es una cinta evidentemente banal y deductiva, con personajes
poco cautivadores y con historias ridículas y fútiles de un futuro carente de
emociones; una clásica producción de Hollywood para recaudar dinero, sobre todo
cuando sale la versión en D.V.D.
Pero lo que me compete no es hacer una crítica destructiva
sobre la película (algo en lo que soy bastante bueno), sino en hacer algunas
comparaciones con el mundo actual. Primero que todo, hablan de un futuro sin
violencia, cosa que anhelamos todos pero que dada la naturaleza humana será
imposible de alcanzar; de un mundo un poco utópico. Pero dentro de este mundo
distante, debo aclarar que no todo es bueno, no todo son pétalos de rosa: la
comida debe ser controlada y debe venir en pastillas (cosa que ya estamos
viendo para la desgracia infinita del paladar), los cigarrillos son ilegales
por ser malos (aunque coarten nuestro divino derecho al libre desarrollo de la
personalidad y al libre albedrío) y la invasión de comerciales baratos que
toman el control del tiempo de los televidentes y ocupan casi toda la parrilla
de programación, algo de lo que nos percatamos día a día en las cortinas que
ponen cuando acaba un segmento de algún programa para anunciarnos “Dolex Forte”
o cuando en YouTube queremos ver un video y nos encontramos con anuncios de
vacaciones soñadas o programas que no nos interesan.
Y voy más allá; muestran a un villano que está en el poder (algo
que ya no se ve en este mundo) y que controla todos los aspectos de la vida
cotidiana, metiéndose incluso en la vida sexual de los habitantes de la ciudad
edénica; es él mismo quien crea desordenes y pone en acción a un peligroso
criminal y a su banda para infundir temor en sus conciudadanos, para así poder
controlarlos mejor, para manipular a la gente y para que acepte sin miramientos
los mandatos del jefe, del gobernante casto y puro con un aura de libertador y
pacifista.
Cuando miré detenidamente no pude dejar de pensar que eso es
precisamente lo que está pasando en el mundo actual: los alimentos cada vez son
más medidos y puritanos, alejando de nosotros la deliciosa grasa, el azúcar que
endulza nuestra vida, los carbohidratos llenadores y los conservantes (que sea
dicho de paso sí son malos para la salud, pero que en sus justas medidas ayudan
a que nuestros alimentos duren más y no tengamos que gastar onerosas cantidades
de dinero en un supermercado), midiendo cada caloría, cada caloría que
consumimos, ridiculizando a aquellos que no están en la onda “light” o que no
están haciendo alguna dieta de Madonna o de Ricky Martin.
Ya en otra parte del filme (así me dice la R.A.E. que se
escribe en español) la referencia que hacen a los cigarrillos es muy precisa
para definir lo que acontece hoy en día: se prohíbe fumar en lugares públicos
(cosa que aplaudo por nosotros los no fumadores), se prohíbe hacer publicidad
de ellos en medios masivos y aún peor, éstos son satanizados (con justa causa)
hasta el punto de que aquellos que los consumen y los disfrutan terminarán
haciéndolo a escondidas, vulnerando sus derechos civiles, mientras el “uso terapéutico”
de ese cáñamo índigo llamado mariguana es cada vez más aceptado y menos
castigado (me pregunto, será mera casualidad que se esté despenalizando ahora
que Estados Unidos la produce?).
En adición a todo lo anterior, nos muestran en la película
cómo una seguidilla de comerciales es lo único que se escucha en la radio para
desgracia del protagonista (con su capacidad histriónica sin límites); el
paralelo no es difícil de descubrir: la interminable publicidad que nos
bombardea en todo momento; es cierto que las marcas deben promocionarse para
que aumenten sus ventas y por ende sus ganancias, pero no de esa manera
obligatoria en que lo hacen ahora, cortando películas y videos y llevando hasta
el límite de la cordura a todos aquellos que no queremos más que disfrutar de
un momento de esparcimiento (nota: solo falta que ahora suspendan los videos a
la mitad en YouTube para hablarnos de algún reality show o de un descuento en
alguna aerolínea).
Y qué decir de la mención honorífica que hace la película de
los gobernantes: crean bandos de buenos y de malos para hacernos sentir miedo
de todo como lo hicieron con el Y2K, el comunismo, el terrorismo, el mamertismo
y muchos más “ismos”, las guerrillas, los pobres palestinos y hasta a los mayas
los metieron en la sopa. Infundan terrores solo para conservar su poder, para
mantenerse en él y, no menos deplorable, para favorecer al capital y a las
empresas que los hicieron llegar a las presidencias y otros cargos de elección
popular (he ahí la falacia de la democracia: “la democracia no es más que la
dictadura de las mayorías” – John Stuart Mill).
Sé que la película es intrascendente y no tenía la más
mínima oportunidad de haber ganado ningún premio de la Academia, pero me hizo
reflexionar acerca de todos aquellos cambios de la modernidad que afectan mis
libertades y mis derechos; y eso que no quiero profundizar en el control de
ubicación que utilizan para rastrear a todo ciudadano (no se preocupen, Google
encontrará la forma de hacerlo o, en su defecto, Facebook, quién ávidamente
venderá nuestra información personal por el sucio dinero), control al cual
responde el protagonista diciendo “pues me hubieran puesto una correa en el trasero”
(John Spartan se le multa con cinco créditos por violar el estatuto de
moralidad verbal).
Aunque de lo que si me alegro es que no hayan signos, aparte
de los republicanos, de la derecha recalcitrante o del Procurator, de controlar
nuestra sexualidad y reducirla a coitos electrónicos sin intercambio de fluidos,
a pesar de lo que quieran vendernos en algunos sitios pagados de encuentros
virtuales con “latinas calientes” o “amorosas asiáticas”.
Gracias Demoledor, has abierto mis ojos!
P.D.: Pregunta capciosa para quien haya visto esta película
con algo de detenimiento: sabe usted cómo carajos funcionan los tres caracoles?
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