"Hermanos en la galleta, uníos" |
Todo tiene su final, nada dura para siempre dice el conocido
cantante Héctor Lavoe. La vida es pasajera y uno es pasajero de ella; se la
pasa viendo cosas y eventos que solo pasan y nunca se quedan… solo nos quedan
las quejas y los reclamos, algunos amores y recuerdos, algunas heridas y
contadas sonrisas, episodios que siempre nos pondrán a pensar en mitologías
cósmicas y en solicitudes nunca contestadas.
No es un tema filosófico o de proporciones metafísicas de lo
que voy a tratar en este medio escrito, son temas un poco más de reflexión de
mi agitada, de nuestra agitada vida que nos toca llevar por causa de la
actualidad que nos arrolla como un tren (aunque en Colombia no tengamos tren).
Toda mi santa vida me ha tocado muy duro, no lo digo en el
sentido bíblico de atravesar el Sinaí con el pan duro en la mano (no hacer más
referencias por favor acerca del pan) ni de aguantar hambre y desventuras,
modestia aparte lo he tenido todo en la medida de mis posibilidades (y sobre
todo las de mis padres santísimos) ni el ser rechazado o algo de esa índole,
simplemente que mis opiniones siempre han sido relegadas por gente más poderosa
que yo; voy a aclarar.
Cuando era niño y pequeño (bueno, más pequeño), solo estaba
supeditado a todos los comandos y mandamientos que regían no solo la época
oscura de los 80s, sino la férrea disciplina y mano veloz de mis padres para
corregir cualquier equívoco que se presentase en mi actuar o proceder; no eran
raras las correcciones amorosas pero firmes que ellos hacían en la casa después
de alguna “metida de pata” de este individuo. Siempre fui castigado, de una
manera o de otra por toda actuación fuera de los cánones del orden natural de
las cosas. Es más, era tal el poder que ejercían mis sacro santos padres (ya
los estoy matando con el sacro) que bastaba solo una mirada para que uno
entendiera las órdenes que ellos impartían, por ejemplo esa tan hermosa que
decía que nunca un niño debía meterse en las conversaciones de los adultos, y
por ello siempre lo mandaban a uno a jugar a otra parte para que no nos
enteráramos de los chismes y vericuetos de los adultos bastante adúlteros.
Además, éramos unos criminales en potencia y por excelencia,
éramos culpables hasta que se demuestre lo contrario e incluso nuestra palabra
no valía ni un Bobaloo con centro líquido, vale más un Tumix en la calle… Era
terrible. Solo bastaba para que un hermano, primo o familiar nos denunciara por
lo más mínimo para que se hiciera justicia en el acto (y no sexual que es el
que me gusta). Como digo siempre, el fuete, la correa, el cinturón e incluso
los zapatos estaban siempre prestos para ejercer de verdugos contra nuestra
integridad física. Era tal el grado de represión (aunque bonito en cierto
sentido) que una cierta vez fui atacado por la espalda por mi santísima madre
con un zapato de suela plástica (joder, como pegaban de bueno los condenados) a
una distancia casi de 100 metros, lanzamiento por el cual hubiera ganado
cualquier olimpiada de lanzamiento de objeto contundente, ya que no solo fue la
fuerza sino la precisión con la que puso la bala donde quería.
Aunque debo agradecer, por eso no soy un criminal (bueno, no
tanto) y no estoy traumatizado ni con lesiones serias… claro, la justicia se
equivoca, hasta la divina, pero es obvio que cargo algunas heridas debido a los
golpes amorosos de mis ancestros que llevo con orgullo al ver que al menos a mí
sí me corrigieron y me pusieron a pensar y a seguir el orden y las órdenes,
como debe ser.
También teníamos horarios regulados por relojes o por “es
hora ya de acostarse, vámonos a descansar, pero antes hay que lavarse, y los
dientes cepillar” y eran ineludibles, eran mejor dicho, sagrados. Gracias a ese
bendito tema nunca pude ver “Por qué mataron a Betty si era tan buena muchacha”
o “En Puerco Ajeno”… escasamente alcancé a ver “Los Victorinos” y eso porque ya
tenía un televisor en mi cuarto (que por cierto, siempre amenazaban con
quitarme pero que ahora me doy cuenta, que no había más dónde meterlo).
Así pues fuimos criados, al menos la mayoría de los
mortales, con mortadela y pan (no jamón Pietrán), con sardinas (y no la de
“Quibo tsardina”), con empleada del servicio (no mucama ni nana) y con el logo
de Inravisión al fondo que acompañado con música se hacía presente después de
una buena zarandeada por parte de la parte paterna, después de alguna
“pilatuna” infantil.
Pero vuelvo y digo, nuestras opiniones no valían nada,
simplemente eran ignoradas o pasadas por la faja, por la galleta. Solo éramos
residentes sin voz ni voto ni derecho alguno, simplemente nos dedicábamos a
obedecer la mayoría de las órdenes impuestas por los regentes, quienes sabían
muy bien que tenían la sartén por el mango.
Pero ahora… hágame el favor, ahora son los niños, los
carajitos esos quienes tienen la última palabra; la voz de los padres, maestros
o rectores no vale nada frente al ICBF o cualquier ONG terrorista. Tratar de
corregirlos ahora es simplemente cortarles sus derechos y estar supeditados a
recibir una fuerte demanda por parte de alguna jueza de familia (no es
discriminatoria la sentencia anterior, ya que la mayoría, por no decir todos
los jueces, son mujeres). O no vieron las noticias de unas niñas que quisieron
envenenar a la maestra por que vieron un programa llamado “La Rosa de
Guadalupe”? Peor aún, no vieron que, a pesar de ser ellas las únicas
responsables, ahora la culpa es de la profesora, del colegio, de la sociedad y
hasta de los Mayas? Como decir, guardando las proporciones, que los culpables
son los judíos por haberse hecho matar! Por Dios, qué aguamanilada de babas es
eso! Que idiotez tan enorme por la sagrada Virgen y el Divino Rostro!
Ahora ellos tienen todos los derechos, no se les puede
interrumpir en lo más mínimo, hay que consentirle hasta sus sinsentidos y sus
idioteces, no se los puede callar ni regañar porque se “traumatizan” los
doctores, salieron dignos, tan dignos que los demás somos indignos de
dirigirnos a ellos, mucho menos dirigirlos. Se les regaña y sale regañado uno,
se los corrige y se vuelven como fieras salvajes contra el adulto, se los mira
de manera ligeramente enojada y los iluminados “guaguas” entran en shock
anafiláctico.
Obvio que eso pasó por la entrada de una generación
intermedia entre ellos y nosotros, quienes les dieron pleno poder y potestad a
esos guaches, a esos petizos que se creen dueños de la verdad; es culpa de los
que se las dieron de redentores de la infancia y nos crucificaron a todos.
Malditos, malditos sean… Les dieron facultades más grandes que las de medicina
y por ellos, vuelvo y repito, ahora son doctores (como mi Uribe que es
“doctor”… será de papas porque no ha mostrado ni el PhD, solo el H.P.),
gerentes de la casa y de sus padres, porque ellos (los padres) que se queman la
vida trabajando para ganar dinero, porque así funciona el capitalismo en el que
vivimos, ahora deben temerles, ya que con solo bajar un dedo o apuntar con él,
serán presas fáciles de los idiotas útiles de los centros de adopción donde,
dicho sea de paso, realmente violan y dañan a los niños (no lo estoy
inventando, conozco casos y si quieren les muestro las estadísticas ocultas y
enterradas de ese nido de cucarachas llamado ICBF).
Propongo por todo lo anterior que ya es hora de que nos
fajemos los pantalones, ahora que ya estamos teniendo hijos (bueno, otros
porque yo aún no), no temamos alzar nuestras voces contra ellos y contra los
pendejos del ICBF (realmente es que los detesto hasta el alma), que les
enseñemos realmente quien es el que paga las cuentas en la casa, quien es el
que lleva la comida y quién es el más grande del lugar, porque si no es así,
nos cargó el patas. Nos llevó la flaca con su hoz.
Por eso, después de este paseo de antología, digo que
realmente a nuestra gloriosa generación si nos pasaron por la galleta; quedamos
como la galleta Waffer, llenos de crema, blandos por dentro, con un exterior
que parece rudo pero que al menor esfuerzo se rompe debido a la presión
externa... ah y porque siempre andamos en empaques extraños y hasta
metalizados.
Recuperemos pues nuestros pantalones, nuestras fuerzas, nuestras
agallas, nuestras “huevas” (u ovarios) y mandemos al menos una vez en la vida,
ya que siempre fuimos el hijo medio de la historia (como lo dice Tyler Durden
en “The Fight Club”); o al menos mandemos a la punta de la pija a todos
aquellos que siguen el jueguito de los niños de hoy en día, ese jueguito
estúpido de ensalzar toda monería y pendejada que hacen (ay miren el niño tan
lindo, me aruñó la cara y me escupió… eso debe ser porque es inteligentísimo,
por eso es que ningún colegio es bueno para él y todos los profesores son unos
monstruos que no comprenden a mi sabio niño).
Hermanos en la galleta, uníos y pelead junto a mi contra
esas amenazas prepubescentes, somos más y pegamos más duro… Muerte a los
derechos de la infancia idiota!
P.D.: Qué posdata ni que carajos, estoy ofendido por esa
miserable hora en la que fuimos bajados del pedestal y puestos a disposición de
esos defecados artículos mal articulados de las leyes en donde convirtieron a
esa chusma infante en regentes de la vida. Es obvio que si se protegen algunas
veces sus derechos, pero en detrimento del resto de la sociedad. Maldita sea!
Por qué no me morí chiquito maldición!
Genial, cada vez hay más gente desertando de la vida y dedicandose al ocio de la espera a ver si otra vida es más prometedora que está.
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