Monday 27 January 2014

Crónicas de un libro ya leído

"No tranquen la puerta"

Últimamente he estado leyendo nuevamente muchos libros que me enseñaron hace mucho tiempo, en tiempos remotos cuando aún estaba en el colegio, clásicos de la literatura tanto universal como local: La Odisea, El Mio Cid, La Vorágine, La María (la primera novela emo del mundo) y la eterna novela Cien Años de Soledad con todos sus entramados y fenotipos arraigados en la cultura costeña.

Pero hay un libro que me gusta mucho de todos esos que añoro, un libro que suelta mis tristezas en cada ocasión en que vuelvo a leerlo, un breve cuento que muestra la superficialidad de la amistad y el poder del chisme, un texto que muestra que siempre el último en enterarse es el afectado y que uno siempre tiene enemigos ocultos tratando de hacerle el mal.

Además, el texto siempre empieza igual, de una manera parca y fatídica que deja saber de primera mano qué es lo que va a pasar al final del cuento: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.”

Con esa simple frase uno ya sabe a qué atenerse, qué se le viene pierna arriba en el cuento; se vuelve una noticia ya sabida que no podemos cambiar pero que queremos modificar a pesar de saber que ya nada queda por hacer. Eso creo que es lo más poderoso de esa narración, que nos incita a ser parte de la trama y ver, desde los ojos del espectador, los sucesos que anteceden a tal encuentro fatídico entre un pedazo oxidado de lata y el cuerpo inerme de Santiago Nasar.

Sé que muchos han leído el cuento o al menos vieron la mala película que sacaron de él, otros habrán al menos escuchado de éste o habrán copiado la tarea que mandó el profesor de Español en octavo o noveno, porque es un libro de texto obligado en las secundarias del país. Es un cuento del famoso “realismo mágico” que tanto nos acartona en el país de la guayabera y el guayabo eterno, un cuento que habla de las bajas y de las peores pasiones que aprisionan a los personajes.

Es triste decirlo, ya que mi faceta de fascista de los sentimientos es tan dura, pero siempre que vuelvo a las hojas del libro en mención salta de mis enrojecidos ojos cierto líquido salado que me demuestran que aún soy humano, que aún me conduelo de las causas perdidas y que aún corre sangre en mis venas.

Es un relato triste, lleno de intrigas, engaños y lo peor, lleno de esperanza… porque la esperanza siempre es la peor de las maldiciones de la Caja de Pandora, porque la esperanza siempre mata y carcome, no solo el cuerpo sino también el espíritu, nos convierte en seres extraños y débiles, como zombis que caminan tras un sueño que tal vez nunca llegue. Y es que la esperanza no yace en la vida que se narra en las páginas, sino en esa esperanza ciega de querer que el final sea diferente, que pudiésemos hacer algo para salvar a Santiago, de detener el cuchillo, de mover al alcalde, de evitar que se cierre la puerta que nunca se cerraba, de darle un arma al moribundo, de hacer algo desesperado que nos haga entrar a detener a esos dos hermanos que hicieron todo lo posible para escapar a su destino de salvar el honor de su hermana, de contarle a la mamá de Santiago que su sueño era solo una premonición horrorosa de lo que iba a acontecer a vista y gracia de todo el pueblo.

"Les digo que no la abran, esa caja es del mal"

Pero siempre me quedo igual, triste y meditabundo pensando en alguna trama en la que pase algo diferente, en que pueda interceder por alguno de los personajes atrapados en su papel de víctimas o victimarios, de cómplices de una muerte anunciada a los cuatro vientos. Siempre se escapa nuevamente de mis ojos la oportunidad de salvar al menos la dignidad que queda en el pueblo, de la dignidad y el arrojo que aún habita en mí.

Porque la narración es también poderosa en el sentido no literario, sino en el sentido práctico de la vida cotidiana; no solo nos cuenta algo que pasó, sino algo que se replica hasta el infinito en el día a día: una trama poderosa, un chisme, un cuento, un afectado, muchos cómplices y una víctima. Saber que todos los días vivimos en un pueblo polvoriento en donde ni el pantalón ni la camisa de lino blanco van a salvarnos de nuestro destino fatídico es triste y real.

En todas partes siempre va a haber alguien que lo meta a uno en un chisme, sea pequeño o grande, de buena o de mala gana siempre le va a afectar a uno; luego se va a armar un cuento mucho mayor, en el cual se realzarán todas las pasiones de todos los que conocen la historia; mientras tanto el afectado seguirá creando cizaña para que todos lo vean a él como la víctima de un ser malvado y vil, que él solo está defendiéndose y respondiendo a las afrentas que ha recibido por parte de esa mala víctima; todos los que lo saben son cómplices mudos del atarbán de turno, callando todo lo que saben y riendo hipócritamente a la víctima, creyéndose su neutralidad hasta el último segundo; y finalmente, la víctima en cuestión, quien solo sigue su vida con naturalidad hasta el momento fatídico en el cual estalla toda la situación, dejándolo a él sin ningún arma con que defenderse.

Así va la parte de esa “Crónica de un libro ya leído”, que me recuerda las veces que he estado en cada una de las posiciones descritas, no creo que haya estado de victimario porque el chisme no es lo mío pero me guardo mis comentarios porque alguien más podría decir lo contrario. Pero antes de terminar esta parte solo quiero recordarles a todos algo que espero que lo pongan en práctica alguna vez cuando la madre del narrador, al ser cuestionada por su marido por querer avisar a Santiago del complot contra él, increpa de forma clara y concisa: “No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe… -Hay que estar siempre de parte del muerto”.

Es un muy buen libro, no para colorear como aman muchos, sino para encontrar los matices de los grises que se camuflan entre la niebla de la crónica que fluye desde un pueblo como cualquier otro, un "degradé" de luces que se ciernen sobre cada uno de los personajes. Nada es totalmente blanco, nada es totalmente negro.

P.D.: A la persona que más admiro en el cuento es a la única que, aunque tarde, fue capaz de intentar hacer algo que realmente salvara la vida de Santiago Nasar, Doña Luisa Santiaga, de la que extraigo estas últimas palabras: “Hombres de mala ley - decía en voz muy baja - animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias”.

P.D.2.: Alguien sabe, a ciencia cierta, ¿quién carajos le hizo "la vuelta" a la Vicario? Porque estoy en la inopia.

"¿Quién habrá sabido ser...?"

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